Grupo Krisis - Manifiesto contra el trabajo / Diálogo entre escritos
Este escueto manifiesto lo hallé
un día buscando una librería decente por Bilbao. La que encontré fue una
llamada ANTI, en la cual revisando la colección que allí había éste llamó mi
atención. Recuerdo que ya tiempo atrás, mientras hacía la tesis doctoral sobre
Tiqqun, en una de las muchas conversaciones que tuve con mi directora, Amanda
Núñez García, me mencionó a esta agrupación, pero no me daba la tinta para
tanto. Además, me dediqué a leer sobre las TAZ (Zonas Temporalmente Autónomas)
a través de Hakim Bey y hallé cierta continuidad con los escritos del grupo
anarquista.
Siendo esta una segunda edición,
traducida por Marta María Fernández y publicado por la editorial de Barcelona, Virus,
la agrupación Krisis, como señala una de las solapas del libro, existe desde
1986. Proviniendo de Alemania, sus principales obras son una revista homónima[1]
y este manifiesto que comentaremos a continuación.
El estilo que he podido apreciar
en el texto se asemeja bastante al explicitado por el grupo anarquista Tiqqun y
el Comité Invisible. Se intenta introducir en el discurso público tomándolo
como fuente arqueológica desde la cual realizar sus análisis. La cotidianeidad
es el punto de partida y final mismo de su crítica.
En este manifiesto, original en
alemán, podemos hallar una crítica, como bien indica el título, al mundo del
trabajo, precisamente al que se deriva del sujeto liberal y su consecuente
acelerado neoliberal. Comienza el mismo libro, tras una cita de Fichte,
señalando que “un cadáver domina la sociedad, el cadáver del trabajo” (Krisis,
2018: 9). Tal vez sea a consecuencia de ese cadáver, entre otros, el que hace
más pesada la existencia de los casos de ansiedad y depresión que se inhalan
por Europa, como un muerto viviente, una nube gris proveniente de las fábricas
autónomas en las que nos hemos convertido: pymes autoexplotadoras. Vayamos
al texto. Comentaré a continuación algunos de los apuntes que fue realizando en
los márgenes.
La tónica general que encontramos
en este manifiesto es la consideración de que el trabajo es algo que, con el
paso del tiempo, se ha ido haciendo algo totalmente innecesario en sociedad. La
constante de demanda y oferta no hace más que continuar una línea de producción
de precariedad que aumenta la división de clases que por más que se tape con el
invento de la clase media se mantiene la misma tónica: “quien no puede vender
su mano de obra es considerado «excedente»
y relegado al vertedero social” (Krisis, 2018: 10).
El Trabajador, figura que
construí en la tesis doctoral antes mencionada, tiene en estas líneas su
expresión más clara: el trabajo, el ídolo, se ha colado por las porosas capas
de la cotidianeidad y la psique (Ibid.). Da igual que trabajo tener siempre y
cuando se tenga, incluso uno de esos de los que hablaba David Graeber[2].
Quedan excluidos aquellos que no vanaglorien esta figura como parias, desechos,
vagos, holgazanes, no-contribuyentes, suicidas, etc., y aquellos que no hayan
conseguido la “bendición del ídolo trabajo tendrá la culpa y podrá ser
proscrito y expulsado sin problemas de conciencia” (Krisis, 2018: 12). Así, relegados
a “población en paro” no hay posibilidad de ser otra cosa que un desempleado,
mientras el mundo sigue siendo saqueado con graves consecuencias para el propio
planeta “en nombre de la autofinalista máquina capitalista” (Krisis, 2018: 16).
Incluso si una tirada sale mal, si no resulta ser rentable, todo lo producido
se lanza o se conserva “aunque eso suponga hambre para poblaciones enteras”
(Ibid.).
Hay una tendencia a la pérdida de
ciudadanía cuando uno no accede a este espectro laboral. La escasez de puestos
laborales o la precariedad de los mismos otorga a esa figura del civilizado
cierta dignidad. “El trabajo dignifica” o como ponía en la entrada de los
campos de concentración del régimen nazi “Arbeit macht frei” sigue siendo la
piedra angular que sostiene la ficción del ciudadano. Lo curioso es que este
ciudadano con el expansionismo global del capitalismo se le agrega otro
componente más, ahora es ciudadano turista ya que puede trabajar allí donde
quiera y al mismo tiempo visitar la ciudad como dirá el directivo de una de
esas empresas de raiders. Podrás disfrutar, pero has de pencar, no hay otra
opción, a no ser que se haya alcanzado la independencia económica, que no
significa haberse exiliado del sistema capitalista sino tener lo suficiente
como para no preocuparse. El trabajo es una ley que rige la vida (Krisis, 2018:
22) y da lo mismo si es una mierda, con sueldos bajos y miseria (Krisis, 2018:
23), debe seguir siendo alimentado el ídolo del trabajo.
El aparato burocrático ejerce
también su presión por otra parte. Violencia estructural contenida en deudas,
impuestos, retenciones, etc., con el fin de que aquellos desviados del correcto
camino del trabajo vuelvan a dicha senda aceptando, nuevamente, cualquier
puesto (Ibid.). El homo faber, como comentan, ha quedado extinto
(Krisis, 2018: 27), en su lugar tenemos al paranoico e histérico sujeto
neoliberal.
La fuerza de trabajo, su mercantilización,
funciona en el plano abstracto y ajeno de la vida. No hay, por decirlo de algún
modo, una Oikos-nomía sino una homogeneización deudora de los estados modernos
que prosigue con su carga, culpa que le confiere la forma imperialista del
Estado-nación. El trabajo ajeno al contenido contemporáneo difiere de las
sociedades agrarias en las que “existían todo tipo de formas de dominio y de
relaciones de dependencia personal […] estaban imbricadas en complejos sistemas
de reglas de prescripciones religiosas, de tradiciones sociales y culturales de
obligaciones recíprocas” (Krisis, 2018: 33). La función del trabajo pasó a
desmantelar las comunidades mitológicas por un logoi proveniente de la
trituradora científica del modernismo ilustrado, evocado a la aceleración de
procesos mediante la anorexia de la eficiencia, que acaba por eliminar todo
rastro biológico para conservar el espíritu entregado del trabajador, donde su
máxima expresión la hallamos en la Inteligencia Artificial y sistemas
automatizados de cadenas de montaje y producción.
Krisis comprende en estas líneas
cómo esta abstracción proviene, participa, en el mismo programa estructural del
empresario, la competencia y la búsqueda incesante de un beneficio imposible
(constante y sonante) (Krisis, 2018: 33). La vida está en otra parte. La
abstracción lo acapara todo. No se puede hacer el amor, solo se puede follar,
rápido, violento, como si fuese un veneno que uno se tiene que sacar tras el
atropello de la jornada laboral del empleado (desempleado). La única forma de
vida que reina es la del trabajo, pero pasa desapercibida por la infinidad de
estilos de vida a los que uno puede adherirse, combinar, personalizar, etc.
Todo es susceptible de ser
convertido en mercancía. Toda producción puede anclarse en dicha abstracción. “No
importa mientras la mercancía se convierta en dinero y el dinero en nuevo
trabajo. Que la mercancía exija un uso concreto y que este sea destructivo le
es completamente indiferente a la racionalidad empresarial, ya que para esta un
producto es solo el resultado de trabajo pasado, de «trabajo muerto»[3]”
(Krisis, 2018: 34). El trabajo podría bien representarse como una pulsión
acéfala, un muerto viviente, un movimiento centrífugo dentro del sueño del
otro, una pesadilla como diría Deleuze.
Este fantoche del mandato laboral incapacita la posibilidad
de imaginarse fuera de una cadena productiva de mercancía, una forma de vida
alternativa (Krisis, 2018: 37). Se puede notar en estas líneas cierta
definición de lo que Mark Fisher llamará Realismo Capitalista[4].
De hecho, esta imposibilidad no solo afecta a las clases
bajas sino también a las altas. Como dirán diferenciando nobles medievales con
CEO’s, estos últimos “fuera de la calandria, tampoco […] saben qué hacer con
sus vidas, aparte de comportarse como niños; el ocio, el amor al conocimiento y
el placer de los sentidos les son a ellos tan ajenos como a su material humano”
(Krisis, 2018: 38). Y sigue más adelante señalando que estos “también son solo
siervos del ídolo trabajo, meras élites funcionales del fin absoluto irracional
de la sociedad” (Ibid.). Ni Warren Buffet, ni Elon Musk. Ni un enquistado
parásito en la cúspide de una axiomática empresarial, ni un workaholic. Se
sigue aquello que ya Freud llamó como “grandes hombres”, figuras de la gran
historia de la humanidad, una iconoclastia de “hombres de acción”, atrapados en
el mismo sueño super-yoico, incapacitada toda tópica yoica, son víctimas de sí
mismos[5].
Una ensoñación narcisista cuyos derroteros son los que bien explicita el Grupo
Krisis: “ellos son los que menos pueden permitirse por el fin y las
consecuencias de su hacer infatigable; no pueden permitirse sentimientos ni
consideraciones. Por eso le llaman realismo al hecho de desertizar el
mundo, afear las ciudades y hacer que la gente se empobrezca en medio de la
riqueza” (Krisis, 2018: 38-39).
Cierto carácter esquizofrénico vemos también cuando en las
esferas laborales se integró a la mujer en los mecanismos de producción en las
que no sólo conservan esa “separación” (Krisis, 2018: 43) sino que su lugar en
dicho mercado de la fuerza de trabajo se sostiene sobre una línea discursiva
que, a entender de la agrupación, es masculina, refiriéndose a la
competitividad, al culto a la personalidad y a la infinidad de dispositivos que
difieren de cierta horizontalidad, cooperativismo, cuidado, etc., real. Una
simulación puebla el mundo laboral, una abstracción de fuerza que excluye lo
improductivo, lo que no genera beneficios, lo que no es eficiente, aquello que
coarta la correcta evolución empresarial, etc. Los cuidados, la ética, la
horizontalidad y cooperación, etc., no caben en la sociedad patriarcal del
trabajo sino por la puerta de lo especular, de lo simulado. El “realismo” que
triunfa es precisamente aquel que lleva el planeta a la obsolescencia mediante
el atropello de los vínculos y su consecuente mediación (Krisis, 2018: 44).
El trabajo es a fin de cuentas el proceso por el cual
aquello que han perdido su libertad la recuperan como los esclavos romanos que
pagaban por recuperar partes de su cuerpo expropiado. ¿Qué han de recuperar los
CEO’s de estas empresas? El vacío imposible del cuerpo, la falta infinita y
acéfala de un cuerpo que siempre ha estado lleno. El trabajo evoca una
concepción del yo como falta, como aquel que ha perdido un edén personal, una
estabilidad uterina que puede recuperarse mediante el pago en cuotas o alquiler.
Hablan del tripalium (Krisis, 2018: 46) pero considero que esa
concepción del trabajo como yugo empleado para la tortura es victimista y
obturador de la crítica. Aunque no le quita su parte histórica ya que fue
mediante una violenta expulsión de la población de los campos hacia otros
centros urbanos que no se destinó a todos aquellos que ilegalmente robaban de
los campos o pedían limosna a casas de trabajo y manufacturas (Krisis, 2018:
49). Estos fueron llamados por Kant en Geografía Física, entre otros,
como papiones, animales bípedos caninos, monos, que roban por doquier sin
querer adecuarse a la demanda del trabajo (Krisis, 2018: 51).
Una consideración interesante en estas páginas que, recuerdo,
ya leí en otro lugar es que el propio movimiento obrero encauzó su crítica de
la ideología burguesa no por ser portadora de la funcional sociedad del
trabajo, como los artífices de este modo de existencia sino por su condición
parasitaria, por precisamente no trabajar como ellos (Krisis, 2018: 58).
“Todos a trabajar, cojones, nada de vagos”. Así, la lucha de clases no se
piensa como una posible reconfiguración sino como una aceptación de los modos
de producción y una generalización obediente del culto al trabajo que desprecia
a aquellos que difieren de este sistema de creencias (Krisis, 2018: 61).
Pero, ¿si todos trabajamos y mejoramos los modos de
producción y llegamos hasta tal punto que la independencia del trabajo debido a
los avances tecnológicos, qué hacemos con la medida, la única medida dirá Marx
(Krisis, 2018: 63), temporal que da valor a la mercancía? ¿Qué es lo que
cuenta, qué compone la plusvalía, el valor de cambio más que una medida
abstracta de tiempo que cuenta cualquier variable desde la conceptualización,
la fabricación, el valor en el mercado financiero, es decir, su valor futuro?
Hay un límite al que se llegó con la tercera revolución
industrial (Krisis, 2018: 64). Como explican, tenemos en un lado de la balanza
la robotización y mejora de medios de producción de mercancías y por otro una
incansable y hambriente sed por ser cada vez más competente productivamente
encontrándose así con que la fuerza humana deja de estar en las manos, en la
fuerza corpórea, para estar en conceptualización matemático-científica de
mejoría de métodos eficientes de explotación y producción tecnológicos (Ibid.),
apuntando a una especie de singularidad técnica. Un paso más cerca de la deidad
que representa el ídolo del trabajo. Desde esta perspectiva Elon Musk parecería
una especie de fanático, al igual que aquellos que se especializan en SEO o
mierdas por el estilo como el marketing online o campañas transversales por
distintos medios de comunicación: la búsqueda de gente participe con su
feedback o dinero para aumentar el capital de la empresa o particular sin fin,
acéfalos. Como dirá el Grupo Krisis refiriéndose a este avance tecnológico,
hay una tercera guerra mundial con esta tercera revolución tecnológica que deja
entornos y personas cada vez más jodidos (Krisis, 2018: 66).
La racionalidad de la economía de empresa exige, por un
lado, que masas cada vez más numerosas se queden «sin trabajo» de manera
permanente y, de esta forma, se vean apartadas de la reproducción de su vida
inmanente al sistema; mientras que, por otro, el número cada vez más reducido
de «empleados» se ve sometido a unas exigencias de trabajo y de rendimiento
tanto mayores (Krisis, 2018: 67).
O bien trabajos de mierda, mal remunerados y en pésimas
condiciones laborales y sindicales.
Todo aquello guardado bajo llave como “reservas de
financiación” (Krisis, 2018: 72) (conocimientos científicos, mejora de procesos
de producción, avances tecnológicos, etc.) queda oculto, clasificado, al igual
que aquello que no es considerado rentable o de dudosa efectividad en el mercado,
pero sí para su uso comunal. Así, los procesos de producción industrial y
agrario, al igual que otros sectores, se ven condenados a los niveles estándar
de los niveles públicos de Investigación, Desarrollo e Innovación. Por un lado,
no se progresa tecnológicamente y por otro se poseen mejoras extraterrestres.
Uno se pregunta como lo hacía el ya fallecido Jaque Fresco a los 101 años de
edad 2017, ¿por qué aún no vemos tecnópolis en una economía basada en recursos?
A lo cual respondía con ciertos antropologismos que, sabiendo que nació en el
1917, uno entiende por dónde anduvo el señor y por dónde se ha complementado su
discurso con célebres figuras como el psicólogo social Gabor Maté o el director
de cine independiente Peter Joseph.
Ya el propio Marx indica, como recuerda el Grupo Krisis, que
el valor de la mercancía no tendría que pertenecer al valor de cambio sino al
valor de uso, para desprenderse de lo que nos es sumamente innecesario e
incongruente con la realidad social. De ahí que la utopía de The Venus
Project esté basada precisamente en el desprecio de ese valor de uso y se
centre exclusivamente en el valor de cambio y la mejora de los sistemas de
producción masiva para la distribución y fabricación de entornos que dejen
atrás la distinción de clases y se generen otros ídolos que conformen la
cosmología cotidiana.
Los excedentes de capital, aquello que ya no sirve para
generar más trabajo, groseras cantidades, van a parar al mercado financiero, la
gran casa de apuestas y especulaciones (Krisis, 2018: 76). Esta simulación de
economía real se ha ido desvirtuando hasta tal punto que ya no la representa.
Lo que lidia con su subida o bajada son meros pronósticos que, anclados al
fantasma de los tiempos más que al espíritu, dictaminan el valor de tal o cual
empresa (Krisis, 2018: 78). No se trata de malos inversores y buenos, se trata
de una economía real que primero conquistó ideológicamente un modo de
producción concreto y expansionista hasta el día de hoy y, en segundo lugar, no
teniendo suficiente con este atropello acéfalo se creó el mercado financiero
que representa la devoración última del propio ombligo del capitalismo (Krisis,
2018: 80).
Cada poro de la cotidianeidad tiene su mercancía adaptada,
creada y producida en serie para taponar de actividades diversas aquello que
consideramos como “tiempo libre” (Krisis, 2018: 84). Aún con todo se sigue
trabajando, se siguen respondiendo órdenes de una máquina, de un videojuego, de
una película que ya no responde a la idea de Félix Guattari como “diván para
pobres[6]”
sino como bien afirmó Martin Scorsese “Amusement Parks”. El concepto de trabajo
según Krisis se ha filtrado por todos los aspectos de la vida de las
metrópolis. Trabajo onírico, trabajo docente, trabajo emocional, trabajo
social, trabajo empresarial, trabajo doméstico, etc. (Krisis, 2018: 85). De
hecho, no ha copado muchos aspectos de la vida cotidiana porque aún se sigue considerando
verdadero el trabajo del cual se puede extraer cierta retribución. Por ello el
trabajo psíquico, la autoayuda, la labor emocional, etc., son consideradas
inversiones a la larga que permitirán el acceso a un capital verdadero
(retribuido) en cuanto se pase el mal bache y se pueda trabajar sin síntomas o
con cierta sintomatología adaptable, gestionable.
Los “malos baches” son penados y considerados meros fondos
perdidos de la economía real ya que no son compatibles con la lógica abstracta
de producción y ahorro de tiempo, donde la eficiencia y el beneficio orquestan
la vida[7].
Hay una potencia de lo inútil, de lo pobre, de lo débil, que queda marginado
del discurrir cotidiano. Ya hablaba Amador Fernández-Savater invocando a un
Deleuze de las literaturas menores con La fuerza de los débiles[8]. Hay una revalorización
constante del trabajo, al mismo tiempo que se desvaloriza
conscientemente el resto de esferas de la vida, lo cual incluye la muerte
de, como diría Andrew Culp o Tiqqun, mundos, con su captación particular de la
conciencia temporal, la generación diferenciada de atmósferas y el
resquebrajamiento e imposición de planos inútiles e improductivos que
contrarrestan la maquinaria capitalística y el sujeto (neo)liberal cada vez más
atomizado en una individualidad protésica. “Quien acepta la lógica del trabajo
también debe aceptar ahora la lógica del apartheid” (Krisis, 2018: 91),
es decir, la producción marginal de pobreza y miseria.
El objeto de crítica principal tendría que estar dirigida a
la abolición del trabajo como abstracción. Una efectiva forma de ataque contra
el actual sistema sería tener en el punto de mira el desbrozamiento del
destrozo que ha realizado la diseminación del trabajo y toda su metafísica
materialista. Un movimiento de “contrainformación” (Krisis, 2018: 98).
El trabajo y la propiedad privada forman dos de los puntos por los que
sobrevive a día de hoy, como muerto viviente, una ideología utópica que se
cristaliza con la función del Estado y los aparatos burocráticos como propietarios
externos (Krisis, 2018: 100).
El
fin absoluto del trabajo y el «empleo» ya no determina la vida, sino la
organización del uso sensato de posibilidades comunes, que no es comandada por
una «mano invisible» automática, sino por una actuación social consciente. La
riqueza producida es aprehendida directamente según las necesidades, y no según
la «capacidad de compra». Junto con el trabajo, desaparece la generalización
abstracta del dinero, así como la del Estado. En lugar de las naciones separadas,
surge una sociedad mundial que ya no necesita fronteras, en la que todas las
personas pueden moverse libremente y apelar al derecho universal de acogida en
cualquier sitio de su elección (Krisis, 2018: 101).
No se trata de conquistar sitios de poder sino de “dejarlos
fuera de servicio” (Krisis, 2018: 113). No se trata de hacer política sino de
una antipolítica (Ibid.). Salir, como diría Amador, del Laberinto, del tablero de
ajedrez, del discurso del consenso, de la contaminación de hacer de todo un
trabajo y aplicar su teleología en cada uno de los ámbitos vitales. Habría que
plantearse desde un plano de contrasociedad (Krisis, 2018: 113) capaz de
contaminar con su práctica, dando ejemplo, de lo que supone esta otra
organización.
Para finalizar, tenemos un epílogo escrito por Robert Kurz,
filósofo y escritor, y fundador principal de la revista Krisis de la tenemos
este manifiesto. En este último texto Kurz nos habla de una subjetividad que por
el modo en el que la describe bien podría estar refiriéndose a la diseminada
por el neoliberalismo. Nos habla de personas sobrecualificadas haciendo
trabajos de mierda y cobrando una miseria, de la caída del discurso de los
titulados, graduados, doctores, etc., por las universidades y el traslado de la
atención hacia la formación profesional, una constante que responde a la
necesidad del sistema por la creación de puestos y más puestos de trabajo
(Krisis, 2018: 117).
Hay una cita de un libro titulado De la inutilidad de
convertirse en adulto escrito por Georg Heinzen y Uwe Koch que bien perfila
esta situación, que con coraje en muchos casos se han visto dirigidos jóvenes
estudiantes ante tanta precariedad:
No soy padre, ni marido, ni miembro de un club
automovilístico. No tengo cargos directivos ni autoridad, no dispongo de
crédito en el banco. Me he formado en aquellos asuntos intelectuales que cada
vez tienen menos aplicación. He sido excluido del ciclo de las ofertas (Krisis,
2018: 118).
Poco a poco este desplazamiento se va realizando. Los
cuerpos van descomponiéndose y al mismo tiempo envasándose en profilácticos que
impiden preñar la realidad. El sujeto que se demanda tiene que ser flexible,
tiene que estar disponible en todo momento y estar dispuesto a tener un
constante “subempleo plural” (Krisis, 2018: 119), es decir, convertir
toda esfera de su vida en un trabajo, en una ininterrumpida corriente de feedback
y tráfico monetario. La autoexplotación se afina y expande. El interés
general y el particular permanecen divididos en el fondo, pero es el
espectáculo, los grandes palabros, las comunidades abstractas de trabajo, la
cibernética, etc., la que mantiene esta individualidad comunal e impide ver
una, como diría Jorge Alemán, soledad común.
En lugar de progresar hacia una liberación del tiempo
laboral a la gente, como explica Kurz, se le ha impuesto una flexibilidad, una
reubicación, una especie de nomadismo laboral que nos hace pasar fronteras,
viajar a otros puntos del mundo, a conseguir visados, a pelear por el mismo
puesto en otro punto del mapa, a entrar ilegalmente en otro país y padecer las
consecuencias, etc. (Krisis, 2018: 122). Básicamente, uno está solo frente al
mundo laboral. Una competencia violenta proveniente de un entorno ya de por sí
agresivo y miserable donde reina la insolidaridad del individualismo de las
metrópolis. Frente este panorama, miles de migraciones se realizan al año en
busca de un jodido trabajo, algún lugar en el que pueda ser explota. Mientras
tanto la riqueza sigue desbordando las arcas, sigue concentrada en fondos de
financiación, etc.
Este manifiesto no solo pronosticó las consecuencias de la tendencia
del capitalismo, sino que además advirtió sobre la necesidad de focalizar la
crítica en un punto crucial: el trabajo. A lo largo del escrito hemos podido
atesorar ciertas ideas que podemos encontrar no solo en los ya citados autores
sino en varios otros provenientes del (neo-)operaísmo italiano y la izquierda
aceleracionista entre otros.
Bibliografía
Fernández-Savater, Amador (2021)
La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la
eficacia política. Madrid: Ed. Akal.
Fisher, Mark (2018) Realismo
Capitalista (trad. Claudio Iglesias) Argentina: Ed. Caja Negra.
Graeber, David (2018) Trabajos
de mierda (trad. Iván Barbeitos) Barcelona: Ed. Ariel.
Guattari, Félix (2017) La
revolución molecular (trad. Guillermo de Eugenio Pérez) Madrid: Ed. Errata
Naturae.
Krisis, Grupo (2018) Manifiesto
contra el trabajo (trad. Marta María Fernández) Barcelona: Ed. Virus.
[1] Se
pueden hallar, éste entre otros, artículos en varios idiomas sobre política,
filosofía, psicología de masas y demás temas de raigambre sociológica en la
página www.krisis.org.
[2] Cfr.
Graeber, David (2018) Trabajos de mierda (trad. Iván Barbeitos)
Barcelona: Ed. Ariel.
[3] La
cita sigue señalando que “la acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado con la forma
dinero, es el único sentido que conoce el sistema moderno productor de
mercancías. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafísica! Sí, pero una metafísica
convertida en realidad al alcance de la mano, una locura cosificada que tiene
cogida por el cuello a esta sociedad. Las personas no se relacionan como seres
sociales conscientes en el eterno comprar y vender, sino que ejecutan como
autómatas sociales el fin absoluto que les ha venido impuesto” (Krisis, 2018:
34). En este sentido es relevante la postura, a mi parecer psicoanalítica, que
mantiene Tiqqun con el materialismo atravesado por una constante metafísica
vinculada a procesos de producción que tienen que ver con magia, seducción,
economía libidinal, fantasmas, etc.
[4]
Cfr. Fisher, Mark (2018) Realismo Capitalista (trad. Claudio Iglesias) Argentina:
Ed. Caja Negra.
[5] “La
humanidad ha tenido que hacerse cosas espantosas antes de conseguir crear el sí
mismo, el carácter idéntico, instrumental, masculino del ser humano, y algo de
eso se repite todavía en cada infancia. Max Horkheimer y Theodor W. Adoro. Dialéctica
de la Ilustración” (Krisis, 2018: 41).
[6]
Cfr. Guattari, Félix (2017) La revolución molecular (trad. Guillermo de
Eugenio Pérez) Madrid: Ed. Errata Naturae, p. 411.
[7] “El pensionista se
convierte en adversario natural de todos los contribuyentes; el enfermo, en enemigo
de todos los asegurados; y el inmigrante, en objeto de odio de todos los
autóctonos enloquecidos” (Krisis, 2018: 92).
[8]
Cfr. Fernández-Savater, Amador (2021) La fuerza de los débiles. El 15M en el
laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política. Madrid: Ed. Akal.