Amador Fernández-Savater - La fuerza de los débiles / Diálogo entre escritos
Hace ya unos cuantos días que le
leí. Ciertamente su propuesta me recordó a varias lecturas posteriores de las
cuales él era parte de la editorial. Me refiero a Amador Fernández-Savater y su
reciente libro La fuerza de los débiles: El 15M en el laberinto español. Un
ensayo sobre la eficacia política. Sí, el título es largo, también lo
pensé, pero eso no quita que no referencie lo que nos encontraremos dentro. La
portada no miente.
Tiqqun, el Comité Invisible, el
Partido Imaginario y más recientemente el Consejo Nocturno son algunos de los
fondos, las colchonetas elásticas sobre las que Amador salta (o va a parar,
cual red de seguridad). En estas páginas hallamos la voz de un teórico, un
labrador de conceptos y habilitador de planos sobre los que erguir una posición
flácida. No me mal interpreten, la cuestión no se trata de garchar o follar
como dicen los españoles, sino más bien de hacer el amor. Ya conocemos la
temporalidad de uno y del otro. La experiencia es distinta. Es por eso que la
invasión de Rusia se presenta como un movimiento estúpido: “Me los voy a follar
a todos”.
La verdad que leer a Amador es de
lo más agradable. A pesar de que rehúse vincularse con la academia (lo cuál es
comprensible) su explicación y explicitación de temas resuena a una remarcada
proveniencia de la misma. Uno no pierde las formas, tal vez si el contenido.
Yendo al libro, haré un pequeño
repaso de las ideas que gotearon en mi charca y me movieron las aguas. Cierto
es que, al ser multifactorial cualquier circunstancia y, a final de cuentas, la
culpa no es más que una forma de relacionarnos con los demás que obtura las
otras, no puedo echársela ni al yo del pasado, ni los momentos en los que le
leí. Estaba atravesando un plano amoroso turbulento y a la par pacífico, manso,
como estar sentado en mitad del ojo de un huracán, viendo todo a tu alrededor
moverse. Mientras ello sacudía y emborronaba mi percepción usé el libro para
despejar un poco mi cabeza y pensar con mis pies como sugiere Lacan. Por ello
es que antes que buscar las culpas prefiero dar las gracias al autor por hacer
de su escritura un tránsito amable. El goteo significante resonaba en las
cavernas de la soledad del enamorado.
Laberinto: ¡Basta!
Suficientes vueltas. Ponte a ello que ya son casi las siete de la tarde.
Reseñante: Vale, listo,
solo quería ponerlos en contexto sobre mi lectura.
L.: Ya, pero entiende que
no vas a estar con esto mucho más rato. Ya le dedicaste lo suyo cuando lo
leíste y tomaste tus “notitas”. Oye, ¿vas a dejar de ser tan de izquierdas?
R.: ¿Yo? ¡¿Pero qué
dices?! Yo no soy de izquierdas.
L.: Pues esas “notitas”
bien progres son. De hecho, el libro en sí…
R.: Bueno, suficiente. Ya
capté tu mensaje. Me pondré a ello.
Fin del pre-consciente.
¿Cómo salir del laberinto
español? ¿Cómo deshacerse de esta “administración del miedo”
(Fernández-Savater, 2021: 13)? ¿Cómo generar espacios que permitan virar los
planos de lo visible e invisible y sacar a la luz lo siniestro, aquello que
tendría que permanecer oculto? Perderse en una casa de espejos, tropezar y, por
accidente, romper un cristal dejando al descubierto una cámara de video y
pasillos por los que cables van a parar a otra cámara, y otra… Alguien viene
rápido como los relatos mediáticos que intentan borrar lo sucedido, aplastarlo,
desplazarlo, esfumarlo. Lo grotesco, la inmundicia del laberinto: debajo de
la alfombra y una entrada para otra atracción.
La imagen de un laberinto en la
literatura se ha representado con millares de significancias. En este caso, un
laberinto español, no es uno en el que huimos de Bertín Osborne sobre un toro
de lidia drogado (diría por su expresión) cubierto televisivamente por Ramonchu
del Gran Prix al coro de Camela de fondo intentando hallar a Torrente para una
nueva pista para resolver porqué Andreita no se comió el pollo o porqué la
palabra transición en España es saco roto[1].
Ese es uno de los muchos planos que se contienen en el Laberinto España.
Prefiero ponerlo con mayúscula, ya que la palabra ‘laberinto’ refiere a uno
solo y aquí al parecer estamos como si tuviésemos cuatro o cinco hula-hoops
encima. Vamos a votar con ellos, gritamos a Ferreras con ellos, vamos a comprar
con ellos, hacemos el amor con ellos y follamos con ellos, nos deprimimos con
ellos, no vemos salida con ellos y a la vez los padecemos, buscamos sin fin la
felicidad con ellos, y así estamos: con ellos a cuestas y te
acuestas.
Ese poderío, esa fuerza, esa
virilidad que no entiende de géneros, unisex, para ella, para él y aquellos del
más allá (ese espectro que retorna de lo reprimido). Esos laberintos de las tan
corrientes sociedades del espectáculo son sobre los que erigimos nuestro día a
día discursivamente. Una queja que no cesa porque siempre hay algo de lo que
quejarse en un laberinto. Como dice Žižek con aquello de “Goza tu síntoma”,
aquí el hacer de la política algo más sexy nos ha salido por la culata. Hay más
ojos, pero faltan miradas. Es como aquel comentario que vi hace unos días en un
video de Wendy Sulca: mucho apoyo y poco talento.
No hay filosofía desde hace mucho
tiempo. No es que ahora la “estén quitando”. Como dijo Ernesto Castro hace un
tiempo con el revuelo que hubo por la eliminación del currículo estudiantil a
la filosofía: habría que detonar los centros de pedagogía y tomarnos en serio
la educación para cambiarlo todo y no meramente recobrar unos puestos de mierda
como docente.
¿Cómo vamos a poder traer sobre
la palestra esta demanda que parece verse ofuscada, enterrada, oculta, por los
jodidos hula-hoops a los que nos hemos acostumbrado? Amador nos propone la
fuerza de los débiles y plantea los distintos problemas a los que nos
enfrentaríamos recopilando los datos del pasado (pseudo-)TAZ[2]
que fue el 15M en Plaza de Sol de Madrid. Los problemas que nos encontraríamos
los resume en tres: de la fuerza, de la traducción y la eficacia. Parece
que esté tratando con Grogu.
¿En qué consisten estos
problemas? Lo explica a lo largo del texto. Pero por lo que puedo contar se
plantea otro modo de hacer política básicamente. Ya hizo una distinción
parecida en Habitar y Gobernar, libro en el que partiendo de sendos
conceptos que componen el título nos dibuja una calma, una tranquilidad,
parsimonia incluso, con la que podamos articular la potencia de nuestros afectos
(obrero con sentimientos) distinguido de una figura insidiosa que no cesa de
aparecer para repetir una y otra vez la misma historia y reafirmar el Laberinto
(worker con Feelings®).
Los problemas aparecen cuando
pensamos que estamos haciendo otra cosa y realmente estamos postergando “un
orden de privilegios y desigualdades a través de la desaparición del pueblo”
(Fernández-Savater, 2021: 20). En vez de pueblo también podríamos hablar de
forma-de-vida o de los cualquiera, como menciona en algún momento (incluso con
Íñigo Errejón con quién presentaron sus libros). El poder nos deja fríos,
quererlo todo, como dice Bauhaus en All we ever wanted was everything, reducimos
una semana en un día. La cuestión girará en torno a esto: ¿cómo instituir una
fuerza que se ha venido quedando al margen del tablero político español, del
Laberinto Español? Pero se preguntarán, ¿qué fuerza es esa? Bien, esa fuerza es
la que pudo constituir el TAZ del 15M al igual que aquella que permitió instituir
la PAH o la creación del grupo Juezas y Jueces para la Democracia entre
millones de conexiones afines que dieron lugar a colaboraciones y darán pie a
producciones futuras. Son esas asociaciones clandestinas entre cualquieras
mientras gobernados habitan la metrópoli y sus extrarradios. La fuerza de los
débiles es la de los nómadas del desierto con los que elaboró estrategias
Lawrence de Arabia o cómo los partisanos italianos pudieron hacer frente al
fascismo de Mussolini.
Se verá a lo largo del texto como
una frase está en el fondo, proveniente de Tiqqun: no se trata de conquistar
el territorio sino de serlo[3].
El asunto se complejiza cuando tratamos con las metrópolis como bien se
explicita en el libro Un habitar más fuerte que la metrópoli del Consejo
Nocturno y como también se desarrolla en este excelente libro.
La entrada de Podemos en el
gobierno no fue el fin de una potencia que se comprobó está ahí latente, sino
más bien, en esa experimentación que fue el 15M y de la cual emergió una figura
como la de la formación morada, no quita lo bailao. La potencia
instituyente, como bien indica Amador, no debería cerrarse, encorsetarse en lo
instituido. Lo mismo sucede en el planteamiento que hace Rubén Marciel de la
Universitat de Barcelona al proponer una nueva organización (o una conjunción
de varias) para los medios de comunicación alternativos que les permita
financiarse, autoorganizarse democráticamente (oxímoron) y resquebrajar con la
unión no solo los grandes medios de información elevando la exigencia
periodística sino planteando una nueva forma de ofrecer veracidad a la
población que respete los códigos deontológicos por los cuales debería
regularse esta profesión. Lo que propone Marciel, al igual que Amador, supone
un constante movimiento, una reinvención, destituciones y constituciones
constantes, un caos particular que gira entorno a un significante vacío que no
cesa de vaciarse y cortar lazos de significancia para que no se obture,
encorsete, aplane, etc…
La minoría de edad frente a los
adultos. Bailar con los hula-hoops nos mantiene bailando, pero como dice Sergio
Dalma, “bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solo”. Por eso, si
queremos bailar pegados, es decir, bailar, hay que reconocer el lenguaje
consensual (Fernández-Savater, 2021: 22-23) en nuestra cotidianeidad. El
lenguaje consensual se encarga de “saturar” (Ibid.), nos ubica en el
espectro político (o izquierda o derecha, o miedo o miedo al miedo (Ibid.)),
nos vuelve a meter dentro del Laberinto Español.
Para poner un ejemplo, así pueden
ver a qué se refiere con que nos vuelven a meter dentro del Laberinto,
simplemente prestemos atención a lo que conforma lo que llamamos lenguaje
consensual. Como bien indica su nombre, lo que busca este discurso, este hilo
musical de nuestra democracia representativa (Ibid.), es la disuasión,
la saturación, el embotamiento, o como diría Carlo Michelstaedter, hacer pasar
por persuasión lo que es en sí retórica. No hay dialéctica en estos planos del
espectáculo. Inyecciones de Valium por los filamentos de la pantalla LED.
Tenemos el mismo formato, lo único que varía es el contenido y la modulación de
su velocidad. Por un lado, vemos Aruseros y por el otro LaSexta Noche:
dame videos virales a tropel y noticias para esnifar, rápido, rápido,
rápido, que la fuerza de trabajo del país se nos duerme después del soponcio de
la entrevista de anoche.
Pero esto no solo se reduce a un
mero ejemplo televisivo, la cosa va más allá y afecta a los medios streaming,
las conversaciones en el bar, en el gimnasio, en la cama con tu pareja, en la
cena familiar, al declarar la renta, cuando se va a comprar el pan. Es un
fantasma infecto que prosigue con la construcción por doquier de portales que
nos retornan una y otra vez al mismo Laberinto Español. No hay exorcistas
porque no hay exorcizados. Este espectro nos evoca constantemente el temor a la
muerte (Fernández-Savater, 2021: 24). Y por muerte no piensen “¡Oh, ya estamos
otra vez con la cantinela socrática!”, no. Por muerte lo que entendemos es
todas aquellas penurias de las que huimos: pobreza, fealdad, tristeza,
trastornos psíquicos, ser hombre, ser mujer, ser trans, fascismo, estupidez, la
falta de razón, de sentido común, etc. La muerte es el vertedero que tensiona
la hipostasis que se ha hecho de la vida. No se bordea la Muerte, sino las
pequeñas muertes, muerte de pymes no de grandes corporaciones, por ponerlo con
otras palabras. No existe la Muerte con mayúsculas sino con minúsculas. Una
placentera. “Salí de la pobreza con el sudor de mi frente”, “me da igual si soy
feo/a me quiero a mi mismo/a tal cual soy”, “eres un fascista de mierda”, “puto
progre” … Hay un goce que se obtiene de estas narrativas y estos lugares comunes
dentro del tablero. Disuadido, maquinada la libido, todo queda en casa, no
pasa nada, “todos somos racionales, ¿no? ¿Quién querría el caos?”[4].
Hablamos de dispositivos de
repetición, de control, de discurso, de procesos de subjetivación y ese largo
etcétera que se despliega por doquier y disemina por las ciudades, pueblos,
estaciones espaciales, empresas pequeñas y grandes, clandestinas o registradas,
habitaciones de pisos patera o alcobas de dúplex, cines o salas de teatro, una
forma de hablar, una forma-de-vida. Amador nos habla de una codificación del
lenguaje tras la conquista de la guerra, una “patrulla”
(Fernández-Savater, 2021: 28) constante. El código que inunda el espacio de
comunicación social es caracterizado como la “muerte que habla” (Ibid.).
Muerte con minúscula como verán.
¿Cómo, vuelvo a preguntar,
salimos de este lenguaje consensual, de estas codificaciones? Lo que señala
Savater es una cuestión desiderativa. Es decir, hay placer por adoptar una
posición. El reconocerse como partícipe de un tablero político. Se obtiene una recompensa
al pertenecer a un grupo parlamentario o a un lado de la balanza política, el
despilfarro opinológico al que se lanzan unos cuantos en lugar de “partir de
nosotros mismos, de lo que sentimos y pensamos” (Fernández-Savater, 2021: 32).
Citando a Agustín García Calvo, “«todo
lo que compite en el fondo colabora». No se sale del juego añadiendo jugadores,
sino produciendo nuevo juego” (Fernández-Savater, 2021: 33). Como dije
antes sobre la erotización de la política mediática, hay muchos ojos pero
faltan miradas, que es lo realmente peligroso, ya que contiene lo bárbaro, lo
que atrofia el lenguaje y parece una locura para el consenso. No, no se trata
de devenir-Vox, eso sigue siendo consenso no un nuevo juego, ese ya lo
conocemos, de hecho, sería el retorno de lo reprimido, aquello que sostiene la
distinción entre izquierda y derecha[5],
esos fantasmas binarios que son la razón de la aparición del lenguaje
consensual y centrista.
El lenguaje consensual se fundó
en el miedo, una paz proveniente del terror. Uno que debe ser constantemente
renovado, una y otra vez, con el fin de no hallar el fin, ya que eso implicaría
la aparición del fascismo, del caos. Mejor caos conocido que por conocer. “Terrorismo,
paro, crisis, precariedad, inestabilidad… El caos tiene mil acaras y a la vez
la misma. Para evitar la anarquía y la catástrofe, el individuo singular dimite
y se somete al Estado. Los ciudadanos aterrorizados sientan al fin la cabeza”
(Ibid.). Esto tiene las consecuencias siguientes:
Las cuestiones vitales concretas (educación, salud, etcétera) no se
consideran en sí mismas y por sí mismas, sino en función de los cálculos
instrumentales de las luchas de poder entre partidos. La Producción de imagen
de enemigo es constante: el otro quiere desatar la guerra, es mejor desconfiar,
hay que «armarse» contra él.
La paz se entiende como seguridad contra otro. La disuasión es la
continuación de la guerra por otros medios (Fernández-Savater, 2021: 34).
Disuadir es, como señala Amador, “hacer no hacer”
(Ibid.). O como diría Tiqqun, que no pase nada. ¿Cómo se refleja esto en
la cotidianeidad? Las relaciones del común pasan a manos de automatismos, de
compartirse en gustos, se habla, pero no se dice nada, se transfieren
conocimientos de uno y otro para marcar la igualdad, el parecido, el mito del
Andrógino sigue funcionando por doquier y con cláusulas legislativas. “Me pega
salir con él, ¿verdad?”. Reina la desconfianza y ese miedo, terror primigenio,
génesis de la codificación consensual sigue funcionando con pequeñas muertes
por doquier. ¿Cómo crear otra paz, otra guerra (Fernández-Savater, 2021:
36)? ¿Cómo darnos otro tablero? ¿Recuerdan los problemas que mencioné antes,
los de fuerza, traducción y eficacia? Vuelven ahora.
La pregunta que se hace,
indirectamente, Amador refiere a los demás, al resto de gente, a los que nos
encontramos en el metro, los turistas, la peña loca por el fútbol, los yonquis
que habitan sombras a las que no llega el ojo, los viejas que se pasean por el
Corte Inglés, los gamers que no salen de casa más que para pasear al perro o
ayudar a sus madres con las bolsas de la compra, etc., ¿cómo dejamos de verlos
como participes del tablero y accedemos a otro plano discursivo? ¿Cómo nos
alejamos de las típicas coordenadas de la sociología barata y la politología
mediática para acercarnos a una guerra distinta? ¿No será esa guerra en
curso a la que se refiere Tiqqun[6]?
¿Cómo alcanzamos “una política sin temor a la vida y a la gente”
(Fernández-Savater, 2021: 38)?
Este miedo se define en las
siguientes páginas con una simple premisa: que la potencia instituyente no se
cierre en lo instituido, que se quede abierto y “siempre por hacer”
(Fernández-Savater, 2021: 45). Vamos, que haya vida, que la muerte se de
precisamente de los lazos de significancia. Un ejemplo de esto fue el 15M o los
otros tantos TAZ o PAZ (Permanent Autonomous Zone) que han habido (y habrán).
El gobierno, el Estado, no es el enemigo o un amigo, no se trata de volver a
las coordenadas de Carl Schmitt, sino de pensarlo de otro modo, pensarnos de
otro modo, establecer otros vínculos que no conlleven la esclerosis y
consecuente gangrena que supone la izquierda o la derecha del tablero político.
Puede que se haya acabado el bipartidismo, pero sigue habiendo dos bandos.
Lo instituido viene pensándose
desde el miedo, como una red de seguridad, una especie de padre de paja que nos
protege de los males futuro y del pasado. Nos protege, como dice Amador con
Miguel Abensour, de “las dimensiones vitales del tiempo, del cambio, de la
alteridad, poniéndolas afuera. La fijeza de las leyes estabiliza la
indeterminación y el movimiento, nos asegura frente a ellas”
(Fernández-Savater, 2021: 45-46). En pocas palabras, lo instituido teme a la
vida, por eso protege la “vía”, la vía segura, la vía democrática, la vía del
pacto, la vía de la prevención, etc. Una especie de vía teológica que pasa por
el Estado, por lo instituido, llevada a cabo su constitución por especialistas
que hacen de ello una especie de maquina enorme de producción automatizada.
Como dijo Tiqqun en algún momento, el Estado no necesita a nadie en el
gobierno, ya funciona sola. De hecho, ya lo vimos hace unos años atrás en el
que no se lleva a ningún acuerdo parlamentario, ningún pacto de gobierno. Estuvimos
no sé cuántos meses sin nadie a los mandos.
El problema que ve aquí es que la dirección
está invertida. Tanto Amador como Abensour contemplan la posibilidad de una
democracia insurgente (Fernández-Savater, 2021: 47) que consiste básicamente en
devolver a la democracia su lugar en el demos. Si en la democracia
representativa actual vemos que el demos, el pueblo, es el residuo, el
objeto a controlar y producir, en la democracia insurgente lo que se propone es
darle la vuelta, que sea del demos de donde se parte y el residuo sea el
Estado o lo instituido. Es por ello que éste último, si se siguen estas
coordenadas acabe por ser algo en constante movimiento y amplificación que
responde no tanto a los intereses económicos y financieros del mercado globalizado
como vimos en la pandemia sino a una demanda que proviene del demos. “Actualización
permanente del principio instituyente” Fernández-Savater, 2021: 47). Revisión
por el común. Tamizadas no por un fantasmagórico izquierdismo o derechismo sino
por el demos. La única cosa que veo compleja es justamente que ese común
está impregnado de izquierdismos y derechismos e infinidad de “ismos”. Esas
rocas de la repetición inconsciente quedan ancladas en ideologías
fantasmagóricas que no cesan de reafirmarse en el campo político dando fuerza
al tablero. Por eso Amador en el coloquio que dio junto con Errejón[7]
señaló las complejidades que supone atravesar un análisis psicoanalítico,
siendo ello motivado por el deseo de análisis, de ver más que quién soy, qué vengo
siendo y si cabe la posibilidad de cambiar. Poder apreciar que partes de
nosotros forman parte de una general “muerte política: la delegación de
todas nuestras capacidades de pensar y actuar” (Fernández-Savater, 2021: 48).
A lo que nos insta Amador es a
mantener las cuestiones siempre abiertas. A partir de la materialidad de
nuestro día a día. No precisamente a volvernos como Sócrates incordiando al
personal cuestionando sus ideas sobre justicia, paz, felicidad, etc., sino en
tomarnos en serio nuestro nombre, no por una cuestión genealógica o honrar a
nuestros padres sino, por otro lado, “¿qué hacemos con esto que han hecho de
nosotros?” como se preguntaba Jean-Paul Sartre. De ahí que la clínica
psicoanalítica sea un lugar recomendado para empezar a cuestionarse nuestra
cotidianeidad particular y desbrozar de dispositivos, herencias y chicles que
se nos quedaron pegados en los zapatos.
Lo interesante de este punto,
sobre el tránsito psicoanalítico, es algo que recoge más adelante Amador cuando
nos habla de la violencia, de la agresión, la guerra, trayendo el comentario de
a La Ilíada que hace Simone Weil como “poema de la fuerza”
(Fernández-Savater, 2021: 61). En este comentario vemos como la agresividad, la
violencia, somete y convierte a la persona en una mera cosa, en un instrumento
corpóreo por el cual dicha cosificación no hace más que convertirlo en un
cadáver.
Es ella la
que nos posee al ser ejercida. El que mata, para demostrar que es
el amo, se convierte él mismo en cosa: elimina su vida interior, su
singularidad y su deseo. El héroe, a quien tenemos por dominador del destino,
es en realidad el primer esclavo, una marioneta de la fuerza. Como enseña La
Ilíada, en realidad no hay héroes, solo hay «cosas»
que son arrastradas tras un carro por el polvo. La fuerza de los fuertes se
embriaga de sí misma. El que va ganando se toma por invencible, cuando en
realidad ninguna victoria es absoluta y ninguna aniquilación es total. No solo
gana, sino que cree llevar toda la razón. Eleva a derecho lo que ocurre
únicamente de hecho: el débil es inferior y merece ser aniquilado. En la
embriaguez y la alucinación, el fuerte mata desconociendo la existencia real y
concreta del débil: la humanidad común y compartida. Las modernas ideologías del
poder y la muerte (ideologías de la ofensiva) multiplicarán al infinito ls
efectos cegadores de la embriaguez de la guerra: entre el otro y yo, nada en
común (Fernández-Savater, 2021: 61-62).
El paso por la clínica
psicoanalítica (no necesariamente tiene que ser por esta rama) permite ver las
violencias de las que somos participes y cuantos hilos son los que controlan
nuestra agresividad, la dirigen y rellenan de odio, rabia y furia hacia
aquellas dianas a las que apuntan nuestros insultos, nuestro fuego. La
aniquilación del otro, seguirle la corriente a pensamientos intrusivos, no solo
evade de responsabilidades a uno, sino que, como apunta Amador en la cita, ésta
está totalmente pervertida. Dicho con otras palabras, la responsabilidad no
recae sobre un cuestionamiento de la violencia (el paso de cosa a caso) sino
sobre el permitir la existencia del enemigo, aquel que debe desaparecer.
La imagen es bastante irónica
cuando nos representamos una pelea, una batalla, una violencia corporal o
verbal (aunque a mi parecer son la misma ya que la somatización se da en ambos
casos) en la que uno ataca no para hacer daño sino, inconsciente, matarse. Está
buscando ser pegado, reprendido, matado. El guerrero no es que busque la muerte
de su enemigo o su derrota, busca la muerte de cualquier forma en cualquier
representación. Es por eso que el guerrero se diferencia del sádico en el grado
de ternura, de cuidado. Mientras el sádico avanza cosificado bajo la egida del
“yo soy así”, “yo soy yo” buscando las lágrimas de su nueva víctima, la cual le
objetualiza y encorseta, el guerrero es consciente de su condición y
salvaguarda a los suyos de sí mismo reconociendo los hilos que tiran de sí
(Tiqqun, 2014: 74-76).
En este lado de la balanza,
Amador trayendo a Clausewitz, contra la guerra ofensiva, contra una violencia
positiva, señala que existe una fuerza de naturaleza distinta, diferente,
“negativa”. Como el guerrero, pretende conservar, preservar, salvaguardar, la
forma-de-vida, el territorio, etc. “El centro de gravedad no es el enemigo,
sino ese modo de vida que se quiere preservar” (Fernández-Savater, 2021: 64). Como
indica, esta fuerza negativa pasa por el apoyo de la población y el
conocimiento del terreno (Fernández-Savater, 2021: 65). Lo que se pretende es “organizar
una duración […] El objetivo del débil es poner el tiempo del propio lado
de modo que desgaste y erosione al adversario” (Ibid.). Lo que cuenta para esta
fuerza es la autoorganización. Guisárselo unos cuantos, prepararse, hacerse con
las calles, crear contra-catexis urbanas, contra-dispositivos, lazos íntimos,
des-territorializar el espacio y el tiempo para re-territorializarlo, y como
dirá Amador más adelante construir algo propio mediante el reconocimiento de la
fuerza de los afectos y los vínculos (fuerzas espirituales, “moral de
guerra” (Fernández-Savater, 2021: 67).
Pero, ¿qué les pasa a estos
afectos, estos vínculos, estas intimidades? ¿No estamos constantemente hablando
de cómo nos sentimos o nos hacen sentir las cosas generando una enorme cantidad
de feedback que el Big Data se encarga de organizar supuestamente para nuestro
“beneficio”? Sí, probablemente lo que hablemos parta del “yo siento” en lugar
del “yo soy”, pero sucede lo mismo que con las canciones pop para jóvenes o las
series de adolescentes: no hay una resolución sino una constatación de una
afección. Esos “yo siento” son mero movimiento retórico anclado a una pobreza
afectiva, una carestía dada por la desafección producida por la fobia
proveniente de infinidad de lugares. Como señala Rozitchner, “el miedo nos
educa desafectando. El afecto es la fuerza que da lugar, que nos pone en
movimiento, que nos hace hacer” (Fernández-Savater, 2021: 67). Y sigue Amador
señalando que estos afectos son
La fuerza
que nos puede llevar más allá de nosotros mismos, a ponernos en conexión con
otros. El miedo congela los afectos y bloquea de ese modo cualquier desborde,
sea personal o colectivo. Nos ausenta en primer lugar de nosotros mismos: nos
separa de lo que sentimos y podemos. Nos ausenta en segundo lugar del vínculo
con los otros: nos separa de lo que sentimos y podemos en común. Encoge
y paraliza, aísla e insensibiliza. Sin recurso propios, ni lazos con otros,
obedecemos, nos volvemos dóciles (Ibid.).
Esto supone una jodienda en dos
sentidos. Por un lado desconocemos lo que puede un cuerpo como se preguntaba
Spinoza, y por otro enfrentamos el miedo, o las fobia, sin preparación alguna,
desconocimiento absoluto de uno. Infinidad de casos en los que por falta de
confianza en uno mismo o en la agrupación, en la falta de reconocimiento de las
potencialidades, el dejar una puerta abierta, un punto de fuga, una salida de
emergencia por si las moscas, ha condenado, con la muerte o, peor, con una vida
repleta de pesadillas en las que el miedo se ha hecho tan grande que es
preferible la anestesia total que ofrece la cultura barata (videojuegos,
streaming (legal o ilegal), mundos de fantasía literaria, etc.). Narcóticos
frente a una vida repleta de sombras (la proyectada y la del abismo).
Frente a este desconocimiento
frente a lo fóbico la fuerza de los afectos, de los cuerpos, de las plazas
(Fernández-Savater, 2021: 69) se plantea como una fuerza que genera otro mundo,
uno complejo plagado de “saberes, vivencias, energías, capacidades, vínculos,
ideas, memorias” (Ibid.) que resiste la fuerza positiva e impide su
codificación ya que genera tramas afectivas que son la base de una naturaleza
distinta, muy distinto a las emociones privadas. No se engañen, acudir al
psicoanalista no consiste en el mero trabajo particular de emociones privadas
sino de una apertura de las mismas y la posibilidad de habitarlas, ya sea para
introducir la diferencia o proseguir con la repetición. Apertura,
amplificación, creación de mundos, destrucción de mundos.
Estas tramas son precisamente el
objetivo de la fuerza positiva. Es el “entre” al por el que va. Aniquilar,
desgarrar, romper los lazos sociales. El tejido de este mundo íntimo es un
veneno que contamina con su práctica las redes de la metrópoli. Un
contra-dispositivo que infecta el órgano y extralimita señalando su incapacidad
representativa, su impotencia (ya que saca sus dientes, la violencia, su
monopolio) frente a lo que resiste y busca la duración.
Trayendo a Tiqqun en estas
páginas lo vemos apuntando direcciones con estas frases “multiplicar las
amistades…significa…ampliar y hacer vibrar una red de complicidades”
(Ibid.) y, aquí citando directamente al Comité Invisible, “Quien teje en su
vida cotidiana relaciones de mierda solo podrá hacer una política de mierda”
(Fernández-Savater, 2021: 70). Razón no les falta.
“Sensibilidad común”
(Ibid.) que permita la aparición de esta fuerza negativa, guerra débil, que no
busca ganar, acumular victorias, trofeos, etc., sino “no perder”
(Fernández-Savater, 2021: 71). No “abstraer para ganar”
(Fernández-Savater, 2021: 74) sino “intensificar para resistir” (Ibid.).
Complicidades, artefactos, afectos, territorio común, tejido sensible
diferenciado de redes de dispositivos, de agresividad, del “yo soy” y los
falsos “yo siento”, miradas de reconocimiento en lo abstracto mundo de la
mercancía. Dejarse de Feelings® y empezar a tratar el asunto con
cercanía, intimidad y dejar que la propia opacidad del hecho hable por si solo.
Eloy Fernández Porta escribió Los brotes negros por algo[8],
al igual que esos tremendos libros de análisis cultural y teoría crítica en
infinidad de campos[9].
Como estamos viendo,
lamentablemente, el avance de Putin se centra en la conquista de territorios
Ucranianos siendo uno de los muchos centros de poder su capital, Kiev. El poder
de los fuertes pasa por esta dominación, mientras que la fuerza defensiva no
consiste meramente en resistir bélicamente el asedio sino por otro lado uno se
“atreve a perder” (Fernández-Savater, 2021: 74), conservar aquello que
realmente importa y puede volver a desplegarse en otro lugar. Me recuerda al
juego de estrategia Age of Empires, el segundo precisamente, en el que, por más
que hayan destruido tu “ayuntamiento” mientras dos o un aldeano siga vivo,
siempre se puede volver nuevamente a asentarse. La posibilidad de un nomadismo
pasa por abandonar el poder en nombre de la potencia. Dicho con otras palabras,
“los débiles no tetienen los lugares que ocupan, no se atrincheran ni se
enroscan, no se quedan atados a ellos aunque los amen, no constituyen espacios
privilegiados centrales, sino que habitan una tierra en movimiento”
(Fernández-Savater, 2021: 75). Nuevamente, esta dinámica, esta forma de hacer
política, recuerda a las Zonas Temporalmente Autónomas de Hakim Bey, ya que
deja en manos de la experimentación, del entrelazamiento de las complicidades,
las afinidades, la generación de cierto “comunalismo”, etc. Como dice el Comité
Invisible “no hay jamás comunidad como entidad, solo como experiencia. Y se
trata de la experiencia de la continuidad entre seres o con el mundo”
(Comité Invisible, 2017: 137).
Esta continuidad, o como dice
Amador “mundo en marcha” (Fernández-Savater, 2021: 76) se constituye a
través de la inclusividad igualitaria y plural de distintas formas de vida que
no funcionan en remoto sino, sumergidas en el caos, se organizan la vida
(Fernández-Savater, 2021: 77). Evitando la centralización, la formación de
figuras ancladas en un ser-supuesto-saber. Lo que se ha de priorizar es una
“buena conductividad” (Fernández-Savater, 2021: 78). No se generan enemistades,
sino rivalidades.
Es por esta razón por la que,
tanto Amador como los anarquistas, promueven una superación de las crisis en
las que se pone a la presencia. El vivir constantemente sujeto a miles de
prótesis, a la lógica, todavía, de la colonialización (territorialización) que
sufre el cuerpo y la psique y por ende las relaciones objetuales y
fantasmáticas con el mundo y sí mismo, supone hacer de la presencia una que
funciona en remoto, a distancia, en dependencia de los dispositivos de control
del Imperio y su espectacularidad. La presencia supone, en la mayoría de los
casos, un incordio, una molestia, un palo en las ruedas de la calma
institucional, un desborde, una crisis nerviosa en una cola, un Día de
furia, que contamina con su locura dando ejemplo de los límites del corsé
con el que nos encontramos cada día, esa obturación que hace del otro alguien
reducible a un número, a un proceso químico, a un enemigo, terrorista, etc., en
lugar de reconocer las potencialidades que alberga y el objeto de su
reactividad mundana. Hay una sensibilidad común, unos afectos, que quedan
marginados, desplazados al container de lo inútil, lo desechable, etc., ya que,
como dice Amador “los fuertes promueven la ausencia” (Fernández-Savater, 2021:
80).
Pero, ¿qué supone recuperar la
presencia? Varias cosas, pero una que considero toca varios puntos y hace
hincapié Amador junto con Meschonnic, es una cuestión de traducción y a qué se
presta atención en dicho gesto. No se trata tanto de centrarnos en los
enunciados, en lo que se dice, sino los efectos del lenguaje, aquello que
produce sin perdernos en palabras que se adecúan al otro idioma sino más bien
darse apuntar a esos efectos, lo que está pasando cuando hablamos. Recuperar
la presencia supone hablar desde un registro que requiere la escucha y la
articulación íntima del que presta atención a las líneas de fuga, a las
potencialidades en lo diáfano (Fernández-Savater, 2021: 85). En esos lugares
uno puede empezar a cesar de repetir, de ser un eco más en los pasillos de la
academia, del loquero, del cuartelillo, de la escuela, el instituto, etc., para
tener una voz propia, un estilo, ser un autor (Fernández-Savater, 2021: 87),
sino será un tramo bastante jodido si se conserva meramente la distinción en
lugar de introducir la diferencia.
Esto lo vemos, como señala
Amador, en la eficacia de las guerrillas anarquistas en las que se introduce el
“máximo posible de subjetividad” (Fernández-Savater, 2021: 115), a
diferencia de los mínimos que propone el ejército profesional. La subjetividad
es lo que permite el descubrimiento de las tramas biográficas, de los afectos,
de las sensiblidades y las potencialidades personales. La falta de subjetividad
supone aquello que ya mencionamos sobre La Odisea y la violencia: uno
deviene objeto de algo superior, uno no es más que un agente más, un mandáo.
Las estructuras jerarquizadas del ejército podrían entenderse como una casa
de Lego® en el que las piezas son intercambiables, sustituibles, etc. Las
guerrillas, las anarquistas, tienen como prioridad saber quién está en
su grupo y qué habilidades porta, qué puede hacer. Hay una cartografía del
deseo en lugar del terreno.
Buscar la autonomía de este tipo
de representaciones, aprendiendo de los anarquistas, supone pensarnos en otro
lugar, habitar desde otra perspectiva, “salir de esta guerra-espejo, de este
antagonismo controlado que moderniza y hace progresar al capital. No nos
definimos en relación al adversario, en nosotros hay algo propio e irreductible”
(Fernández-Savater, 2021: 118).
Pero hay algo que me chirría, tal
vez sea una tontería, pero ¿cómo hacemos estos si cada dos por tres nos aparece
la necesidad de reducir la mayoría de nuestras interacciones con el mundo, con
nuestro tiempo, nuestras relaciones afectivas, etc., con el movimiento de la
mercancía, en la búsqueda del beneficio y el libre intercambio de bienes? ¿Qué
es eso propio e irreductible de lo que habla Amador? ¿Es acaso otra forma más
de objetualizarse interactivamente? ¿Cómo propiciar efectivamente un cambio si
la agresión y violencias estructurales inherentes al sistema (pobreza
monetaria) está presente? ¿Cómo alcanzar cierta autonomía si lo que pueblan
nuestras calles son la ansiedad, la depresión, el suicidio, el abandono entre
otras tantas patologías producidas por un cansancio histórico en esta
fase del capitalismo tardío en el que no sólo se devora a sí mismo, sino que se
mantiene vivo a razón de un tecno-feudalismo cabalgante? ¿Cómo se puede luchar
por un fin que “va más allá del aumento de salario” (Ibid.) si no se tiene
siquiera uno y en varios sectores se pone en duda desearlo como vimos hace unos
meses en Estados Unidos? Y última pregunta, ¿cómo sostener el “cultivar la
propia singularidad”?
Yendo al final del escrito Amador
dice,
Los fuertes
nos devuelven constantemente una imagen despotenciada de nosotros mismo: nunca
somos lo suficiente, siempre nos falta algo, estamos en déficit, no alcanzamos.
En lugar de ver y valorar nuestra fuerza singular, nuestra virtud propia y
diferencial, nos juzgamos desde un modelo, desde un deber-ser de las cosas. Es
una invitación a la desconfianza (Fernández-Savater, 2021: 121).
Esta imagen despotenciada es la
que constituye esos miedos que nos movilizan a buscar un trabajo, a “ganarnos
la vida”, a proseguir por ese castillo de Lego® que han montado para nosotros,
vender nuestra fuerza de trabajo convertida en mercancía para que ciertas vidas
prosigan. La forma-de-vida queda relegada a los fines de semana y a las
vacaciones y festivos. Las alternativas a esto son aquellas que enseña alguna
plataforma de streaming o la misma televisión: narcotráfico, venta ilegal de noséqué,
trapicheos en negro, explotación sexual, mendigar, etc. La dignificación
del trabajo se nutre de estos desechos sociales. La típica escena del policía
uniformado, limpio, impoluto, entrando armado en viviendas hechas polvo,
plagadas de drogadictos, gritos de un maltrato en curso, paredes ruinosas con
pintadas, etc., es la imaginería de una centralización de la riqueza de la
nación y su consecuente razón de estado que como señaló Foucault sería más bien
un racismo inherente al estado.
Ni desconfianza, ni
resentimiento, ni impaciencia (Fernández-Savater, 2021: 121-122). Lo que se ve
es fobia, impotencia, histeria, depresión y suicidio. ¿Cómo crear una guerrilla
con gente así? Recientemente, no sé si serán los tiempos post-pandémicos, pero
en librerías de pueden ver libros en los que la temática consiste un trayecto
biográfico por el que se describe la experiencia de una patología. Tal vez sea
mediante la visibilización de estos casos que permite pensar las cosas
desde otro lugar. Como cita Amador de Deleuze, recobrar la confianza,
“creer en el mundo” (Fernández-Savater, 2021: 124) supone escuchar y componer
desde el mismo. Pero, ¿esto se lo puede uno decir a un vagabundo o a una comuna
gitana o un grupo de CEO reunidos cenando en el yate de uno de ellos? ¿No
será que este libro está dirigido a la gente que pueda comprarlo?
Para finalizar con esta extensa
reseña simplemente retomaré aquello que dije al principio. Leer a Amador es
estimulante y al mismo tiempo agradable. Las figuras que propone y los caminos
que abre invitan al lector a cuestionar qué corchos está haciendo, algo
que también vemos en Tiqqun o en Ignacio Castro Rey. Este estilo o, mejor
dicho, deriva literaria hace que la lectura no sea un mero compendio teórico
(aunque hay bastante trabajo en este sentido) sino a hacer de toda esta
reflexión una experimentación política y un ejercicio de praxis urbana que
influya en la cotidianeidad.
Bibliografía
Bey, Hakim (2014) TAZ. Zona Temporalmente Autónoma (trad.
Valentina Maio) Madrid: Ed. Enclave de libros.
Comité
Invisible (2017) Ahora (trad. Diego Luis Sanromán) Logroño: Ed. Pepitas
de Calabaza.
Fernández-Savater, Amador (2020) Habitar y gobernar:
Inspiraciones para una nueva concepción política. Madrid: Ed. Ned.
Fernández Porta, Eloy (2022) Los brotes negros. Barcelona:
Ed. Anagrama.
Tiqqun
(2014) Esto no es un programa (trad. Javier Palacio Tauste) Madrid: Ed.
errata Naturae.
Tiqqun (2012a) Contribuciones a la guerra en curso (trad.
Javier Palacio Tauste) Madrid: Ed. Errata Naturae.
Tiqqun (2012b) Primeros materiales para una teoría de la
Jovencita. Seguido de «Hombres-máquina: modo de empleo» (trad. Diego L.
Sanromán & Carmen rivera Parra) Madrid: Ed. Acuarela & A. Machado.
[1]
Sobre la Transición citando a Juan Luis Cebrián: “El miedo funcionó como motor
de consenso. Se amnistió a los asesinos de Carrero Blanco y se amnistiaron los
crímenes del franquismo. Eso fue la Transición: un acuerdo entre españoles que
miraban al futuro y renunciaban a hacer cuentas del pasado” (Fernández-Savater,
2021: 29). Y sigue más adelante señalando que “el diálogo entre miedos de que
habla Cebrián se desarrolla sobre esta base: hay condiciones y pactos
pre-existentes a la democracia, límites incuestionables que son efectos
cristalizados de la guerra anterior. Nada de eso se quiere ver o tocar en la
Transición: el pensamiento consensual separa lo político de lo económico, el
franquismo se considera simplemente un régimen político a reformar [subrayado
nuestro]. Se renuncia a hacer las cuentas del pasado, son las cuentas
del presente” (Fernández-Savater, 2021: 31). No hay ruptura sino reforma,
“no hay destitución radical (hasta la raíz) de las bases del régimen franquista
y construcción de nuevas instituciones desde un fundamento radicalmente
distinto, sino modificación del régimen político dentro de un contexto más
amplio que no se toca” (Fernández-Savater, 2021: 53), dando como resultado lo
que llamará Amador la democracia disuadida (Ibid.), que oculta el verdadero
origen de esta reforma, uno donde reinaba el terror y la violencia que fueron a
cristalizarse mediante las figuras del Estado y el derecho (Fernández-Savater,
2021: 54-55).
[2]
Cfr. Bey, Hakim (2014) TAZ. Zona Temporalmente Autónoma (trad. Valentina
Maio) Madrid: Ed. Enclave de libros.
[3]
“Robin Hood es el bosque de Sherwood, Omar Al-Mukhtar es el desierto libio, los
zapatistas son la selva Lacandona y el 15M son las plazas y los barrios, los
hospitales y las escuelas” (Fernández-Savater, 2021: 73).
[4]
Cfr. Tiqqun (2012b) Primeros materiales para una teoría de la Jovencita.
Seguido de «Hombres-máquina: modo de empleo» (trad. Diego L. Sanromán &
Carmen rivera Parra) Madrid: Ed. Acuarela & A. Machado.
[5]
Dicho con otras palabras, en este caso las de Antonio Escohotado en un debate
organizado por TV3 con Antonio Baños al otro lado de la mesa, la izquierda
sigue viva, la que se murió fue la derecha en los años 50 al derrotar al
fascismo. Es por eso que la izquierda, no desintegrada, sigue generándose
enemigo especulares. Hay un centro que se mantiene activo y que impide ir más
allá del tablero. La izquierda, en resumidas cuentas, es la razón por la que
todavía seguimos teniendo derechas. Es como es niño que tras ganar el juguete
no lo suelta bajo ningún concepto y lo lleva consigo a todas partes. Metáfora
que vale tanto para los de derechas como los de izquierdas. Cfr. Canal de
tributo al pensamiento de A. Escohotado (5 feb. 2019) “Antonio Escohotado y
Antonio Baños en TV3 (FAQS) [Video] https://www.youtube.com/watch?v=1FsOKzbZ3xY
[6]
Cfr. Tiqqun (2012a) Contribuciones a la guerra en curso (trad. Javier
Palacio Tauste) Madrid: Ed. Errata Naturae.
[7]
Íñigo Errejón (4 dic 2021) “Íñigo Errejón y Amador Fernández-Savater. Debate
sobre sus últimos libros” [Vídeo] https://www.youtube.com/watch?v=I_Fh68oonaY
[8]
Cfr. Fernández Porta, Eloy (2022) Los brotes negros. Barcelona: Ed.
Anagrama.
[9]
Que por cierto analicé en su momento. Aquí un enlace: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:masterFilosofiaFilosofiaPractica-Jiiturraspe/Iturraspe_Staps_Juan_Ignacio_TFM.pdf