Eloy Fernández Porta - Las aventuras de Genitalia y Normativa / Diálogo entre escritos
Eloy
Fernández Porta - Las aventuras de
Genitalia y Normativa[1]
por Juan Iturraspe
Ya hace mucho
que leí en profundidad la obra de Eloy. De hecho, dio para una tesis de máster[2]. Y sinceramente, con este
nuevo ensayo, una traducción del escrito Nomography, publicado
primeramente en Estados Unidos y Gran Bretaña el año pasado, no haré más que
repetir lo mucho que me ha gustado a lo largo de esta reseña. Para los que se
queden, a continuación, comentaré algunas de las ideas que fui tomando al
candil de una primera y voraz lectura.
Eloy
Fernández Porta, nacido en Barcelona en 1974, ha producido textos que no sólo
han impactado en los departamentos de estudios culturales, sino que dicha
agitación ha tenido consecuencias fuera de ellos. Eso, considero, se debe al
estilo con el que compone sus textos. En ellos no sólo presenta un conocimiento
vasto sobre distintos campos como el de la filosofía, el psicoanálisis o teoría
literaria, sino que además dota a su escritura de un barniz desternillante cuya
hilaridad sólo pude sentir cuando leí a Bukowski o Carver, referentes del
realismo sucio.
Habiendo
recorrido su obra, volver a leerle me ha traído recuerdos afectuosos de cuando
urdí en un extenso comentario sus escritos previos a 2017, con apremiados
títulos por la editorial Anagrama como Afterpop, Homo Sampler, €®O$ y Emociónese
así. En ellos, grosso modo, se exploran las ramificaciones,
interconexiones, resonancias, redes espectrales, de los productos culturales y
el modo en el que los mismos son tomados, re-producidos, por la textura social.
Podría apuntarse que lo que nos presenta Porta es una analítica de los
distintos modos en los que cierta planificación, diseminada por dispositivos
por el cuerpo de la ciudadanía normada, viene a efectuarse. El capitalismo
afectivo como marco de estudio lleva consecuentemente a considerar seriamente
los distintos productos culturales que conforman la esfera del espectáculo cuya
pregnancia se extiende hasta las recónditas relaciones íntimas que mantenemos
con nuestros seres queridos.
Hace
unos años, en 2016, acudí al MACBA con ganas de escuchar a los ponentes hablar
sobre el Punk en su 40avo aniversario. Entre ellos se encontraba Eloy, el cual
acudió de punta en blanco y recuerdo que hubo una frase que definía, al menos
para mí, una de las muchas intuiciones que sigue y era una mera percepción
fenoménica. Parafraseándole dejó caer el siguiente comentario: de entre tanta
afirmación de la diferencia, tanta apelación al pensamiento rizomático, a la
democratización de los espacios, al desbaratamiento de los esencialismos
siguiendo cierta tendencia posmoderna, nihilismos activos y deconstructivos, y
un ferviente deseo por desmantelar la norma, pareciera que se están emulando
aquella jerarquización que se intentaba desplazar. Ya Foucault señaló en
“Introducción a la vida no fascista”, un comentario sobre la obra de Félix
Guattari y Gilles Deleuze, El Anti-Edipo, que el tercer enemigo al que
se enfrentan los autores, el enemigo mayor, es el fascismo, pero no aquel que
todos sabemos y vemos en esas amenazas a miembros de Unidas Podemos, sino el
que cotidianamente vivimos, aquel “que nos hace amar el poder, amar incluso
aquello que nos somete y nos explota[3]” (Foucault, 2001). Jouissance
aquí, jouissance allí. De distinto modo se nos presenta,
introyectada o esperando serlo.
Leo
en Eloy Fernández Porta una llamada de atención. Una necesaria conciencia de
cuales son las fuerzas que sostienen el brillo de ciertos objetos culturales.
Como nos vemos sin darnos cuenta participando de una lógica cutre por mera
reactividad afilando nuestra posición respecto al evento desplegando una
infinidad contradictoria de normas de la cual gozamos (acepción de la RAE como
de Jacques Lacan). Tildados como pertenecientes al “auge de la jurídica
prosumidora” (Porta, 2021: 21) que vemos en las redes sociales, se construyen
maquinarias de individuación ciudadana dando lugar al “emprendedor moral”
(Porta, 2021: 20), figura esta que fusiona el pensamiento único del liberalismo
y “la legitimidad transgresora del arte originado en las vanguardias” (Ibid.).
Esta
idea ya resuena al comentario que hizo en Afterpop en referencia a la
droga y su vinculación con la publicidad. Es mediante la participación
constante, adictiva, que uno se “coloca” en el espectro social instaurando así
una normativa del buen ciudadano. Así, el espacio imaginario que ocupan estos
productos fluye debido a la tracción de los dispositivos de “la psicología y el
derecho” (Porta, 2021: 22). Esta resultante normopatía alberga los instrumentos
necesarios para suturar la crisis adaptativa que padecemos por los distintos
desbarajustes socioeconómicos y planetarios. De este modo, la compartimentación
de la individualidad participa de la axiológica neoliberal.
Imago
panóptico y semiocracia axiomática no hacen más que
fortalecer aquello que Deleuze y Guattari querían raspar a fondo: el superego.
En nombre de la libertad, una concepción ciertamente naif y permeada de
cualquier intuición pesimista se despliegan y disemina con formas como lo viral
que permuta el carácter vírico hacia una nueva tendencia hashtagleable. Las
fuerzas de contención ciudadana pasan por una desterritorialización neutralizadora
para una inclusión del evento al estandarte de la libertad: “el corpus
legislativo” (Porta, 2021: 26).
Siguiendo
esta intuición, lo que en definitiva vemos es el triunfo del trascendentalismo
con respecto a cierto inmanentismo. Como dirá Porta, “las normas parecen
rígidas, pero hacen lo que quieren; en cuanto a los genitales, les hemos
asignado la responsabilidad de representar el impulso, el fiestón y la
acracia…, pero hacen -los pobres- lo que pueden” (Porta, 2021: 28). Hay una
cierta mimetización con los procesos capitalísticos, precisamente los
vinculados el infinite growth, en los que el no sólo se considera que
los recursos son ilimitados y por esa misma razón pueden ser explotados ad
infinitum sino que la sintomatología que nos encontramos es el paroxismo de
un cuerpo que no da abasto. El desbordamiento de la norma y su inherente demanda
interpelativa no sólo lleva al cataclismo del planeta sino también que aumentan
exponencialmente los innumerables casos de depresión, ansiedad y paranoia cuyo
símil, considero, Tiqqun ofrece una apreciación clara en Llamamiento y otros
fogonazos: un estado de huelga[4].
Atrapados
pues en una constante vigilancia, en la que se asume que “todo dios es de la
pasma” (Porta, 2021: 29), el “hazte tú mismo” (Porta, 2021: 28) cual
imperativo, queda truncado, ubicado, en un Central Mall dantesco. Asimismo, el
hiper-insuflado ideal del yo se autorregula de tal modo que la compulsión al
reconocimiento no suponga una tara para la teleológica eficiencia de la
axiomática capitalista. Autocontrol, pasión fría, como recuerda el escritor a
Séneca “Estoy poseído por una gran pasión por la templanza” (Porta, 2021: 32) o
como ya dijo en 2012 en su libro Emociónese así con el término marketing
democool vinculando aquí lo público (opinión general) y lo íntimo (elección
dentro de la misma), en el que prosigue la adecuación explotadora de la
genitalia a la normativa cool.
La
jerarquización, la norma, permite como ya dijimos la superación de la crisis de
la adaptación, o de la presencia como diría Tiqqun. La desjerarquización
conllevaría habitar un mundo complejo, incluso como señala Porta, “un texto
ilegible” (Porta, 2021: 35) desde el punto de vista cognitivo. En las
calles habita el dispositivo de la taxonomía analítica, el cual discurre
reforzando la figura del ciudadano libre y la plétora de identidades sociales
adyacentes. Ante el caos, frente a un texto ilegible, la ordenación del campo
social se sostiene por la transfusión compulsiva al valor en sí mismo que posee
la vinculación social, cuya carencia de fin reduce el mismo mecanismo
relacional a un mero instrumento existencial cuya configuración conduce al “homo
asociativo” (Porta, 2021: 37) a, como advertía Deleuze hablando de las
sociedades de control, perderse en el sueño del Otro. De este modo las
relaciones íntimas son algo mutable y cambiante “solo en la medida en que se
renuevan los dispositivos relacionales y su entramado biológico y tecnológico”
(Ibid.). Sujetos pues a ciertos reglamentos, a una ética, un entramado
normativo relacional, lo ilegible y mutable, acaba siendo territorializado de
tal modo que, nuevamente, la inmutable ilusión e ideática comunidad coarta la
emergencia del acontecimiento de la presencia. Las formas-de-vida son a fin de
cuentas transmutadas por estilos de vida.
Esto
podemos verlo por ejemplo cuando vincula, unas páginas más adelante, esta cuestión
con la sexualidad. El sueño de una comunión con el otro en una intimidad
espontánea y del instante se ve truncado, “diluido en el régimen semiótico de
la red” (Porta, 2021: 44). Una imago acaba capturando el momento. La
posibilidad del agenciamiento termina por ser una producción propia del
dispositivo en red. La cual, como dice el escritor, “lo hemos hecho y […] la
verdad sea dicha…, no era para tanto” (Porta, 2021: 43). Esta idealidad, esta
ilusión se conforma cual negocio. Es decir, la negación del otium y la
puesta en funcionamiento del mismo como un trabajo, una actividad que nada
tiene que ver con la inacción o el reposo. De lo que se encargaría en tal caso
este ensueño sería ubicar de distinto modo la carne en un frigorífico de
carnicería.
Siguiendo
esta línea Porta nos ofrece el término de “pornomografía” el cual viene
a indicarnos el carácter atractivo y no meramente limitativo de la Ley. Como ya
sabemos desde Foucault, la misma no supone un mero gesto represivo
unívocamente, sino que en dicho gesto hallamos una producción, cierta
gubernamentalidad. En palabras de Eloy, “más obscena que la pornografía, más
formal que la Ley, la pornomografía ocurre en el triple movimiento que realizan
una interdicción insinuante, una reglamentación informativa y una normatividad
habilitante” (Porta, 2021: 46).
Es
en esta insinuación en la que se descuelga lo que llama “potencial carnal” o
“capital erótico” (Porta, 2021: 47) que no versa tanto de lo que efectivamente
se hizo sino más bien de las posibilidades de la misma carne. Se obtura así
el deseo a la promesa de cumplimiento absoluto, goce genital, que brilla en la
superficie de todo objeto al que haya ido a parar esa ágalma, esa a minúscula.
Esta mediación legislativa, esta pasión por la taxonomía y la jerarquización,
acaba traicionando el sueño aquel de darse al instante, acontecer, asumir la
presencia, etc. El caos no es un lugar de experimentación, en el que con
prudencia darse un cuerpo sin órganos, sino más bien un lugar en el cual
reproductivamente incorporar a la axiológica todo el capital erótico posible.
La diferencia acaba por neutralizarse e incorporarse al zoológico. Escorpiones
que conservan el aguijón pero no ya la capacidad de envenenar. Aturdidos por
las llamas enemigas, los escorpiones sin veneno, sólo pueden morir agujereando
su cuerpo compulsivamente esperando, en algún momento, que lo que supuestamente
tiene que hacer efecto, lo haga.
No
es sólo la sexualidad sino también la esfera de la moda en la que vemos esta
tendencia hacia la norma. La “cowardía” como dirá Porta se caracteriza
no tanto como la búsqueda de la originalidad sino el acercamiento, cada vez más
personalizado, a la norma. La extravagancia es sustituida por un deseo de
hipernormalidad como diría el documentalista Adam Curtis.
Tanto
la sexualidad como la moda se han visto subsumidas al régimen espiritual de la
norma. La urgencia por la jerarquización, por el establecimiento de la Ley y su
atractiva transgresionabilidad, como hemos podido ver más arriba, permite el
mantenimiento del valor en sí por el vinculo social. El ciudadano no es más que
una figura más dentro de un corpus legislativo por el cual la genitalidad hace
lo que puede. Ya lo vimos con la pornomografía; el peso de la norma recae, se
enfatiza, en la posibilidad de la transgresión y no, por ejemplo, en cómo la
vería un artista, precisamente “reproduciendo la paradoja que la norma es”
(Porta, 2021: 85), es decir, atenerse a la dinámica “entre la normatividad
imaginada y la norma de desnormativación” (Porta, 2021: 86). Dicho con otras
palabras, no se trata de un antagonismo clásico con la norma, de hecho, es uno
de los parapetos a los que fue a parar gran parte de la contracultura, sino
que, yendo por otro lado, la cuestión pasa por relacionarse de otro modo con
respecto a la misma. Lo que se viene haciendo, como venimos comentando, supone
proseguir con una carrera por un placer sin fin donde toda normativa dibujada
en nombre de la libertad no hace más que coartar la emergencia de la misma.
Como mencioné más arriba, la jerarquización responde a una ilusión
trascendental que desprovee la potencialidad inmanente propia del deseo.
Así,
en una de las últimas páginas del libro Porta nos pregunta con Jane Ward “¿Y si
la gente […] tuviera la capacidad de cultivar sus deseos sexuales de la misma
manera que podemos cultivar el gusto por la comida?” (Porta, 2021: 111).
Antes
que proseguir con la pantomima del censor y el liberador, una relación
jerárquica, una vida fascista edulcorada y peligrosamente reproducida, la
norma, su mapeado general, una ciudadanía, etc., convendríamos en la aparición
de formas, de leyes cuya mutabilidad se asemeje más a la provisionalidad, la
afinidad de la presencia, que no tanto a la sostenibilidad de una egología normada
en masa y a la carta, una cierta comunidad primordial estratificada. Poder, a
fin de cuentas, “sentir el sabor primordial de una ley. De una forma” (Porta,
2021: 112).
Para
concluir esta reseña me gustaría señalar que, justo el mismo día en el que
compré el libro de Eloy, tuve a bien en adquirir al mismo tiempo el primer
volumen de K-Pop de Mark Fisher publicado por Caja Negra. Así, mientras
esperaba a que a una señora le envolvieran los libros para Sant Jordi, miré por
la ventana y noté como, en cierto modo, apostaba por mí. Pude saborear otra
cosa en lugar del repetitivo discurso del universitario y desalojar cierta
histeria para dar lugar a la potencialidad poética del filósofo cómico, donde
se saborean la amarga solitud del pesimismo a la par que el dulzor transgresor
del escritor absurdo, risueño y bonachón. Un solitario solidario como diría
Deleuze.
Bibliografía
Foucault, Michel
(2001) “Introducción a la vida no fascista” en LaInsignia.org, recuperado
de https://www.lainsignia.org/2001/febrero/cul_070.htm
Porta Fernández, Eloy (2021) Las
aventuras de Genitalia y Normativa. Barcelona: Ed. Anagrama.
Tiqqun
(2009) Llamamiento y otros fogonazos (trad. Ramón Vilatovà Pigrau y
Alida Díaz) Madrid: Ed. Acuarela & A. Machado.
Comité Invisible (2009) La
insurrección que viene (trad. Yaiza Nerea Pichel Montoya y José Pons
Bertran) España: Ed. Melusina.
[1] Porta Fernández, Eloy (2021)
Las aventuras de Genitalia y Normativa. Barcelona: Ed. Anagrama.
[2] Cfr. Iturraspe, Juan (2017) Psicoanálisis
y las políticas del afecto. Análisis del objeto a en los discursos afectivos de
la contemporaneidad cultural y política. Madrid: Tesis de Máster UNED.
Recuperado de http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:masterFilosofiaFilosofiaPractica-Jiiturraspe/Iturraspe_Staps_Juan_Ignacio_TFM.pdf
[3]
Cfr. Foucault, Michel (2001) “Introducción a la vida no fascista” en LaInsignia.org,
recuperado de https://www.lainsignia.org/2001/febrero/cul_070.htm
[4] “El YO no es lo que está en
crisis en nosotros, sino la forma en la que se intenta imprimirnos. […] No
estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza controlarse, la
depresión no es una estado sino un tránsito, un adiós, un paso de lado hacia la
desafiliación política. A partir de ahí, no hay otra conciliación que la
medicamentosa, y la policial. Es precisamente por esta razón que la sociedad no
teme imponer Ritalín a los niños demasiado vivos, que trenza continuamente las
bridas de dependencias farmacéuticas y pretende detectar desde los tres años
los «trastornos de comportamiento». Porque la hipótesis del YO se fisura por
doquier” (CI, 2009: 40-41).